Hoy era un día normal como cualquier otro, la misma rutina, la sofocación por la vida, el vacío. Me desperté luego de dar incontables vueltas en la cama; pesaba demasiado, cada día siento mayor ese peso sobre mí que impide levantarme. La cama me succionaba en su intento de simular darme ese amor que anhelo. Traidora infiel.
Finalmente me levanté, me vestí apresurado, me lavé los dientes y la cara, me peiné y tomé rumbo hacia la parada. Como siempre, escuchaba música y volaba en mi burbuja, aquella que me protege frágil y sutilmente de la dura realidad.
No puedo explicar cómo surgió ni por qué, simplemente recordé: aquellos brazos que siempre me faltaron sobre mi torso, esa contención tan incondicional, esa calidez que nunca tuve. Recordé y no pude evitar entrar en llanto frente a la multitud que me rodeaba. Todos me miraban, con esos ojos hostiles y no me quitaban la punzante de encima. ¿Acaso me compadecían? Si el ser humano nació para ser egoísta, ¿por qué pretenden la importancia? Y no tomó mucho tiempo para que alguien me preguntara qué me sucedía, si me encontraba bien; pero no pude responder, sólo recliné mi cabeza en gesto de afirmación. Finalmente llegó mi estación y bajé. Noté como todos seguían petrificados con sus miradas en mí y se alejaban por detrás, mientras el transporte continuaba su camino habitual. Y continué, seguí caminando hacia el colegio por instinto, por costumbre, por inercia; sólo tenía en mente mi soledad. Las lágrimas seguían cayendo de mi fruncido rostro mientras seguía mi ruta, intentando ocultarme entre las sombras de la muchedumbre. Es que nunca muestro mis penas. Tal vez porque quiero que crean que soy lo que pretendo ser, alguien feliz, y esa máscara no me la quito jamás frente a nadie.
Pronto fue que llegué a mi destino. Decidí ir al baño y lavar mi cara, debía recompensarme y colocarme nuevamente la máscara. Miré al espejo, me consideré aceptable. Sólo a través de los ojos se notaría mi angustia, pero pocos son los que ven a través de ellos. Llegué al aula y me incorporé en la clase. Me senté junto a mi compañera de banco. Nos saludamos. Preguntó cómo estaba, a lo que respondí lo cotidiano, "bien". Al parecer otro día había comenzado, otro día normal como cualquier otro, en la novena nube.
Finalmente me levanté, me vestí apresurado, me lavé los dientes y la cara, me peiné y tomé rumbo hacia la parada. Como siempre, escuchaba música y volaba en mi burbuja, aquella que me protege frágil y sutilmente de la dura realidad.
No puedo explicar cómo surgió ni por qué, simplemente recordé: aquellos brazos que siempre me faltaron sobre mi torso, esa contención tan incondicional, esa calidez que nunca tuve. Recordé y no pude evitar entrar en llanto frente a la multitud que me rodeaba. Todos me miraban, con esos ojos hostiles y no me quitaban la punzante de encima. ¿Acaso me compadecían? Si el ser humano nació para ser egoísta, ¿por qué pretenden la importancia? Y no tomó mucho tiempo para que alguien me preguntara qué me sucedía, si me encontraba bien; pero no pude responder, sólo recliné mi cabeza en gesto de afirmación. Finalmente llegó mi estación y bajé. Noté como todos seguían petrificados con sus miradas en mí y se alejaban por detrás, mientras el transporte continuaba su camino habitual. Y continué, seguí caminando hacia el colegio por instinto, por costumbre, por inercia; sólo tenía en mente mi soledad. Las lágrimas seguían cayendo de mi fruncido rostro mientras seguía mi ruta, intentando ocultarme entre las sombras de la muchedumbre. Es que nunca muestro mis penas. Tal vez porque quiero que crean que soy lo que pretendo ser, alguien feliz, y esa máscara no me la quito jamás frente a nadie.
Pronto fue que llegué a mi destino. Decidí ir al baño y lavar mi cara, debía recompensarme y colocarme nuevamente la máscara. Miré al espejo, me consideré aceptable. Sólo a través de los ojos se notaría mi angustia, pero pocos son los que ven a través de ellos. Llegué al aula y me incorporé en la clase. Me senté junto a mi compañera de banco. Nos saludamos. Preguntó cómo estaba, a lo que respondí lo cotidiano, "bien". Al parecer otro día había comenzado, otro día normal como cualquier otro, en la novena nube.
No hay comentarios:
Publicar un comentario